Un terremoto de incredulidad sacudió ayer las entrañas de los socialistas
andaluces cuando conocimos la noticia de la muerte de Cinta Castillo,
parlamentaria por Huelva, ex senadora, ex consejera de Medio Ambiente de la
Junta de Andalucía, presidenta de la Fundación Doñana 21 y mujer comprometida
con su tiempo desde el servicio a los demás. Todos éramos conscientes de que el
anuncio de que Cinta se iría para no volver llegaría cualquier mañana de estas;
sin embargo, el dolor que nos invade no es en absoluto menor pese a conocer
la evidencia. Cinta ha muerto y su pérdida hace mella no solo en el PSOE de
Huelva sino también en la escena política y en el seno de la sociedad onubenses.
La trayectoria política de Cinta Castillo es suficientemente conocida y,
además, entre ayer y hoy, los medios de comunicación la han explicado
sobradamente. Por tanto, creo que no hace falta reiterar su currículum, repleto
de responsabilidades de carácter provincial, regional o nacional. Sin embargo,
creo que no haría justicia a su figura si no recordara aquí su empeño en
fomentar la igualdad entre hombres y mujeres, su afán por contribuir al aumento
de la justicia social y su feliz empecinamiento en servir a los ciudadanos
desde el Parlamento de Andalucía, lo que le valió en 2003 el premio a la mejor
iniciativa parlamentaria del año.
Pero prefiero hablar de Cinta como persona, de la persona que yo conocí.
Comencé a colaborar con ella el 8 de enero de 2008 en la precampaña de
las elecciones autonómicas. Me ofreció coordinar su campaña al decidir el
partido que encabezara la lista socialista al Parlamento Andaluz. Obviamente
acepté y emprendimos lo que con la perspectiva del tiempo considero un punto de
inflexión en mi currículo personal y en mi trayectoria política, así como en mi
trabajo en las distintas responsabilidades que hasta ahora he desempeñado en el
PSOE de Huelva. Recorrimos la provincia de norte a sur y de este a oeste y
comencé a conocer a una Cinta en plenitud, dicharachera, sólida, conocedora de
las realidades onubense y andaluza y con la suficiente capacidad para lo que a la
vuelta de tres meses se le iba a venir encima.
Y sucedió. El presidente Manuel Chaves la llamó para que ocupara la
cartera de Medio Ambiente en el Gobierno andaluz. Era abril de 2008 y a Cinta
se le abría en canal un futuro esplendoroso al ocupar un puesto de enorme responsabilidad con evidentes implicaciones
en una provincia como la nuestra. Aún no había acabado abril cuando me propuso
acompañarla en esta aventura al ofrecerme el puesto de jefe de gabinete de la
Consejería. Por contestación le recité el inicio de un fandango de El Cabrero
que dice: “A mí me gusta la mar pero el campo es lo que quiero”, lo cual fue
suficiente para que entendiera mi entusiasmo por iniciar un periodo que se
alargó hasta 2010 en el que pudimos recorrer varias veces Andalucía. En ese
tiempo, entre sobresaltos y toma de decisiones transcendentes, tuve ocasión de
conocer a una Cinta Castillo firme a la que no le temblaba el pulso a la hora
de decidir lo que creía correcto, quizá su mayor virtud.
Lo que vino después perdió los colores del arco iris de los tiempos
precedentes. Cinta abandonó la Consejería y al mismo tiempo su salud comenzó a
ofrecer señales al principio confusas y más tarde evidentes de que algo no iba
bien. Estas circunstancias supusieron un alejamiento incluso físico entre
nosotros que culminó ayer con el adiós definitivo con que nos despertamos.
A Cinta se la llevado la misma enfermedad que segó la vida de otro
luchador socialista como fue Pepe Cejudo. Esta enfermedad, que tantos
descalabros provoca por donde quiera que pasa, ha visitado inmisericorde con su
guadaña la casa del PSOE de Huelva varias veces en los últimos años. Creo que Cinta ha tenido muy mala
suerte, por lo que, pese a su empeño personal y a sus arrestos, no ha podido
ahorrarnos el disgusto de su desaparición y nos dejó ayer en lo mejor de su
vida con tanto que ofrecer todavía. Decir que nadie es perfecto y que todos
cometemos errores es una obviedad que bordea lo ridículo, decirlo en un
obituario quizá tenga algún mérito. Hoy, a pocas horas de la muerte de Cinta Castillo,
me quedo con su buen humor, con su tozudez bien entendida, con sus ganas de
vivir, con su compromiso social, con su lucha por la igualdad, con su cercanía,
con su amor a Calañas, con su pasión por Punta Umbría, con su socialismo… Sin
duda, prefiero quedarme con su risa.