Aullido

Aullido
El hombre comparte con el lobo la necesidad de que lo escuchen

miércoles, 23 de marzo de 2011

La Tierra no nos pertenece



En vano se esforzaban cientos de miles de hombres, hacinados en un pequeño espacio, en esterilizar la tierra que los sustentaba, cubriéndola de piedras, para que nada pudiera germinar, y arrancando las hierbecillas que pugnaban por salir; en vano impregnaban el aire con humo de carbón y petróleo; en vano talaban los árboles y exterminaban a los animales y los pájaros, porque, incluso en la ciudad, la primavera era siempre primavera. El sol resplandecía, la hierba -resucitando- crecía y verdeaba por todas partes donde no la habían quitado, no sólo en los céspedes de los bulevares sino incluso entre los adoquines del empedrado. En los álamos, abedules y cerezos silvestres despuntaban hojas pegajosas y perfumadas; los brotes de los tilos estaban a punto de reventar; las cornejas, gorriones y palomas construían sus nidos con alegría primaveral, y las moscas -al calor del sol- zumbaban junto a los muros. Estaban alegres las plantas, los pájaros, los insectos y los niños. Pero los hombres -los hombres mayores, hechos y derechos- no cesaban de engañarse y atormentarse. Consideraban que lo sagrado e importante no era aquella mañana de primavera ni la belleza del mundo creada por Dios y concedida para dicha de todos los seres vivientes -belleza que predisponía a la paz, a la armonía y al amor-, sino lo que ellos mismos habían inventado para dominarse unos a otros.

Estas líneas tan maravillosas corresponden al inicio de la igualmente maravillosa novela Resurrección, del ruso Lev Tolstoi. Escrita en los estertores del siglo XIX, no tiene un tema ambiental sino social, aunque su comienzo encierra un mensaje verde tan vigente hoy que da hasta escalofríos. 
Traigo a colación estas líneas de la novela de Tolstoi -por cierto, que acabé de leer la semana pasada y que recomiendo vivamente- porque creo que lo ambiental es algo que debe permanecer en el tiempo dado que siempre ha habido necesidad de proteger el medio de las agresiones del ser humano. Cuando los romanos llegaron a la Península hablaban de las selvas ibéricas; cuando se fueron el centro de Hispania se había convertido un vasto erial arrasado por la tala de millones hectáreas para construir armamento. Bosques de toda la península fueron eliminados desde el siglo XV al XIX para fabricar miles de barcos de guerra con los que guerrear contra franceses, ingleses, portugueses o flamencos. En el siglo XIX, la teleras de Riotinto dañaban las encinas de Portugal o del sur de Extremadura, qué decir de los pulmones de los mineros y de sus familias. Y en el siglo XX... Todos lo sabemos: la actividad del ser humano ha puesto tan en riesgo el planeta que parece que hemos comenzado a asustarnos y a tomar las primeras medidas. 


El cambio climático es la prueba más palpable del daño que le hemos hecho a la Tierra. Se trata de una realidad demostrada, científica. Aunque nunca tuve dudas de su existencia y de que la mano del hombre estaba detrás de este fenómeno, ha sido ahora, al desempeñar el puesto de director general de Cambio Climático y Medio Ambiente Urbano de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, cuando he conocido algunas cuestiones que han hecho que mi conciencia aumente si cabe ante este problema.  


Para que esto le ocurra a mucha gente y entre todos podamos conseguir que las consecuencias de este fenómeno no sean las que se corresponden con los escenarios más pesimistas, hay muchas instituciones, empresas, organizaciones no gubernamentales, científicos y gobiernos que se han puesto manos a la obra. Y la gente debe sumarse a esta corriente. Cada día hay más personas convencidas de la existencia del cambio climático y de que es el Hombre quien lo ha causado. No obstante, aún queda un trabajo de concienciación hercúleo. Si hace veinte años fueron los científicos los que asumieron esta verdad y hace diez los gobiernos, hoy es el momento de la gente, de los ciudadanos, de todos nosotros. Porque sólo si todos, TODOS, nos ponemos a trabajar en una misma dirección podremos conseguir que las consecuencias de este cambio del clima sean, digamos, asumibles. Todavía es posible conseguirlo.


La organización ecologista WWF lleva tres años organizando La hora del planeta, un acontecimiento mundial con una enorme capacidad de concienciar en sólo sesenta minutos  a miles de personas al que este año nos hemos sumado. La Junta de Andalucía coorganiza el sábado 26 de marzo La hora del planeta en nuestra comunidad. Y yo, desde aquí, pido la participación de todos y todas. Se trata de apagar la luz entre las 20:30 y las 21:30 del sábado. Ni se ahorra casi nada en la factura de la luz ni las compañías eléctricas dejan de ganar dinero por ese apagón ni las emisiones de CO2 ahorradas gracias a esta medida tienen apenas incidencia en las cifras totales. Sin embargo, la capacidad de llevar a miles y miles de personas el mensaje de que hay que cambiar nuestro modo de vida para salvar la Tierra no tiene precio. Merece la pena


Por ello, pido a quienes lean esta entrada, a mis amigos y amigas de Facebook, a todo el mundo que participe en La hora del planeta. La Tierra y los que la hereden nos lo agradecerán. Seguro.







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